martes, 26 de julio de 2016

"Eco y Narciso" de John William Waterhouse



Eco era una oréade (ninfa de la montaña) del monte Helicón. Fue criada por ninfas y educada por las Musas. Como toda ninfa, era una protegida y mimada por Zeus; sin embargo, ella tenía algo especial: una hermosa voz. 
Eco, no solo llegó a intimar con Zeus (casi una condición básica para ser ninfa) sino que además, lo cubría de sus demás infidelidades con su esposa Hera. Con su hermosa voz, Eco podía iniciar grandes conversaciones que distraían a la esposa de Zeus de la vigilancia de su pícaro marido. Pero un día, Hera se dio cuenta de esto. 
El castigo fue terrible para Eco, le quitó su don de poder iniciar grandes conversaciones; Eco sólo iba a repetir la última palabra de su interlocutor.
Con terrible castigo, la ninfa se sintió fuero del mundo sociable y se recluyó en el bosque.
Pero su objetivo de aislamiento no se le iba a cumplir tan fácilmente. Había un joven en esos pagos, un joven muy bello, del cual ella se enamoró.
Este muchacho era Narciso. Muy hermoso pero despreciaba el amor de todos. Cuanto más se enamoraban las doncellas de él, él más las despreciaba. Claro que Eco, no sabía esto.
Pasaban los días y Eco lo espiaba desde los arbustos. No sabía cómo acercarse a él, ya que no podía declararle su amor como consecuencia del castigo que le propuso Hera.
Pero un día, Eco pisa una rama generando un ruido del cual Narciso quiso saber su origen y preguntó «¿Hay alguien aquí?», Eco respondió: «Aquí, aquí». Incapaz de verla oculta entre los árboles, Narciso le gritó: «¡Ven!». Después de responder: «Ven», Eco salió de entre los árboles con los brazos abiertos. Narciso cruelmente se negó a aceptar su amor, por lo que la ninfa, desolada, se ocultó en una cueva y allí se consumió hasta que sólo quedó su voz. Para castigar a Narciso por su engreimiento, Némesis, la diosa de la venganza, hizo que se enamorara de su propia imagen reflejada en una fuente. En una contemplación absorta, incapaz de apartarse de su imagen, acabó arrojándose a las aguas. En el sitio donde su cuerpo había caído, creció una hermosa flor, que hizo honor al nombre y la memoria de Narciso.

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